EL CHICO DE LA TAPA, de Marcelo Sandro Marcovich
152 pp.
ISBN 978-987-1444-79-3
Prólogo de Lucas Rubinich
Presentación de Joaquín Ramos
Alguien que empieza muy tempranamente en su ciclo de vida, en su niñez, a vivir en la calle, está desprovisto del lazo social elemental que protege generando, aunque sean mínimas, las básicas condiciones para la reproducción de la vida.
Nombrar a Marcelito como personaje narrador no quiere ser un triste gesto de distinción a través de ostentar una categoría analítica, ni tampoco la voluntad de disimular que atrás de esa escritura hay una persona concreta que recorre un duro camino de la vida con marcas dolorosas grabadas en su espíritu y que se las arregló para seguir andando con la frente alta.
Sin embargo, en esa particular lucha por la vida, más difícil porque se hace desde una plataforma como la calle, que en algunos momentos parece convertirse en una lucha en que lo que vale es la ley del más fuerte, el niño Marcelito fue tejiendo lazos humanos de solidaridades que, aunque a veces efímeras, de algún modo le acolchonaron la pelea. Y es por eso que el adulto hoy puede expresar, seguramente con dolor acumulado, pero también con un enojo seguro y contundente como quien pega un puñetazo sobre la mesa, esa frase con la que culmina el libro opuesta a cualquier forma de resignación y por eso con fuerte sentido político: “No puede costarle tanto a uno la dignidad”.
EL CHICO DE LA TAPA, de Marcelo Sandro Marcovich
152 pp.
ISBN 978-987-1444-79-3
Prólogo de Lucas Rubinich
Presentación de Joaquín Ramos
Alguien que empieza muy tempranamente en su ciclo de vida, en su niñez, a vivir en la calle, está desprovisto del lazo social elemental que protege generando, aunque sean mínimas, las básicas condiciones para la reproducción de la vida.
Nombrar a Marcelito como personaje narrador no quiere ser un triste gesto de distinción a través de ostentar una categoría analítica, ni tampoco la voluntad de disimular que atrás de esa escritura hay una persona concreta que recorre un duro camino de la vida con marcas dolorosas grabadas en su espíritu y que se las arregló para seguir andando con la frente alta.
Sin embargo, en esa particular lucha por la vida, más difícil porque se hace desde una plataforma como la calle, que en algunos momentos parece convertirse en una lucha en que lo que vale es la ley del más fuerte, el niño Marcelito fue tejiendo lazos humanos de solidaridades que, aunque a veces efímeras, de algún modo le acolchonaron la pelea. Y es por eso que el adulto hoy puede expresar, seguramente con dolor acumulado, pero también con un enojo seguro y contundente como quien pega un puñetazo sobre la mesa, esa frase con la que culmina el libro opuesta a cualquier forma de resignación y por eso con fuerte sentido político: “No puede costarle tanto a uno la dignidad”.