EL ASILO Y OTROS ESCRITOS, de George Orwell
352 pp.
ISBN 978-987-1444-77-9
Prólogo de Osvaldo Gallone
El contexto en que fueron pensados y escritos los ensayos que conforman el presente volumen es explicitado con abierta claridad por el autor de los mismos: “Comencé este libro con la melodía de las bombas alemanas, y comienzo este segundo capítulo con el ruido añadido del bombardeo. Los destellos amarillos de los cañones iluminan el cielo, las esquirlas repiquetean en los tejados y el puente de Londres se derrumba, se derrumba, se derrumba” (“El león y el unicornio: el socialismo y el genio inglés”, 1941). Un lector aguijoneado por una premura desaconsejable o que se deje conducir por las meras apariencias, habida cuenta de los años en que están fechados cada uno de los escritos, podría pensar que se trata de un libro inactual, que incurre en el anacronismo, lastrado por la rémora de un pretérito, cuanto menos, remoto. Tal conclusión supondría un error de considerable alcance. En principio, se podría alegar que la literatura –en la más amplia concepción de la palabra- no es, a diferencia de otras disciplinas, una práctica de carácter progresivo, al menos en tal sentido: nadie en su sano juicio preferiría entregarse en manos de un cirujano que empleara un instrumental del siglo pasado. Pero a diferencia de la medicina (o el urbanismo, o la física, o la arquitectura), la literatura no atrasa ni adelanta a favor de la línea del tiempo. Las reflexiones de Platón, Hegel o Heidegger no son “superadas” por el último filósofo consagrado por los suplementos culturales; Homero, Dante o Quevedo no le van en zaga al recentísimo novelista entronizado por el mercado editorial; en términos más que generales, sucede exactamente lo contrario.
EL ASILO Y OTROS ESCRITOS, de George Orwell
352 pp.
ISBN 978-987-1444-77-9
Prólogo de Osvaldo Gallone
El contexto en que fueron pensados y escritos los ensayos que conforman el presente volumen es explicitado con abierta claridad por el autor de los mismos: “Comencé este libro con la melodía de las bombas alemanas, y comienzo este segundo capítulo con el ruido añadido del bombardeo. Los destellos amarillos de los cañones iluminan el cielo, las esquirlas repiquetean en los tejados y el puente de Londres se derrumba, se derrumba, se derrumba” (“El león y el unicornio: el socialismo y el genio inglés”, 1941). Un lector aguijoneado por una premura desaconsejable o que se deje conducir por las meras apariencias, habida cuenta de los años en que están fechados cada uno de los escritos, podría pensar que se trata de un libro inactual, que incurre en el anacronismo, lastrado por la rémora de un pretérito, cuanto menos, remoto. Tal conclusión supondría un error de considerable alcance. En principio, se podría alegar que la literatura –en la más amplia concepción de la palabra- no es, a diferencia de otras disciplinas, una práctica de carácter progresivo, al menos en tal sentido: nadie en su sano juicio preferiría entregarse en manos de un cirujano que empleara un instrumental del siglo pasado. Pero a diferencia de la medicina (o el urbanismo, o la física, o la arquitectura), la literatura no atrasa ni adelanta a favor de la línea del tiempo. Las reflexiones de Platón, Hegel o Heidegger no son “superadas” por el último filósofo consagrado por los suplementos culturales; Homero, Dante o Quevedo no le van en zaga al recentísimo novelista entronizado por el mercado editorial; en términos más que generales, sucede exactamente lo contrario.